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Archivo de la etiqueta: Fidel

Fidel en la Universidad Central hacia el ciclón Flora

Por Pedro Hernández Soto
Testimonio de Jorge Orquín Lena con la colaboración de Orlando Ruiz Valdés1

ciclon flora cuba 1963.jpgCorrían los primeros días del mes de octubre del 1963, cuando el ciclón Flora se abalanzaba inmisericorde sobre las provincias de Oriente y Camagüey para provocar cientos de muertes y danos considerables a la economía del país.

Uno de esos días, cuando el fenómeno se ya acercaba a Camagüey, nos encontrábamos acuartelados en las áreas del departamento de Meteorología de la Universidad Central Martha Abreu de Las Villas -improvisado puesto de mando del Grupo Independiente de Artillería de la UCLV– , Orlando Ruiz, Jefe de Comunicaciones y miembro de la Plana Mayor del Grupo y el que suscribe esta anécdota. Teníamos a nuestra disposición un catre que utilizábamos indistintamente en los breves descansos alternativos. El reloj, si la memoria no me engaña, marcaba cerca de las 3 o las 4 de la tarde. Cansado por las pocas horas de sueño le digo al Zurdo que me iba a tirar un rato para “coger un diez”. No hago más que quitarme las botas cuando suena insistentemente el timbre del teléfono y al tomar Orlando la llamada lo oigo exclamar  “¡Que tú dices!”, y dirigiéndose  a mí me espeta: “¡Orquín, Fidel está aquí¡”

No recuerdo si la respuesta fue un “No jodas” o algo parecido. Calzándome apresuradamente de nuevo me dirijo a la puerta y al asomarme veo la figura inconfundible del Comandante en Jefe quien se acerca en compañía del Rector Silvio de la Torre Grovas2 y otros compañeros como los comandantes William Gálvez, jefe del Ejército del Centro en aquel entonces, y Manuel Piñeiro Losada, (Barba Roja), además del jefe de su escolta

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«CON FIDEL JAMÁS SE PODRÁ TRAICIONAR LA CONFIANZA»

Por Luis Machado Ordetx

“¿Ustedes tienen dinero para pagar el salario de la compañera?”, preguntó el Comandante en Jefe al dirigente administrativo de la brigada Máximo Gómez, colectivo que solo en 18 meses culminó el cierre de la cortina en la entonces naciente la presa Zaza, en Sancti Spíritus, la mayor de su tipo en el país.

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Fidel Lajos Aguado, jefe de la brigada Máximo Gómez, ejecutora de la última etapa de la presa Zaza, en Sancti Spíritus, (Foto: Luis Machado Ordetx).

Era la tarde lluviosa de viernes 23 de junio de 1972. Un escalofrío recorrió el cuerpo del dirigente que ultimaba detalles técnicos en la toma de agua y la cortina del embalse. Ahora en Santa Clara, Fidel Lajos Aguado, natural de Aridanes, relató la historia surgida con un recorrido relámpago del Líder de la Revolución al territorio villareño.

—”Aquello sucedió al término de la visita. No era la primera que hacía el Jefe de la Revolución al lugar, y mostró justeza, y atención directa a los problemas personales y laborales de quienes siempre se le han acercado, como privilegio del sistema social cubano”, acotó.

“Nada tenía que ver con la situación creada en la presa. Claro, era un asunto indirecto. Si mal no olvido aquella mujer se llama Haydee; no recuerdo sus apellidos. Estaba casada y tenía dos hijos pequeños, y asumió labores de cocinera en sustitución de una compañera enferma, quien recibía pago por certificado médico. Sin embargo, allí me enteré que llevaba dos años sin cobrar salario”, apuntó Lajos Aguado.

“La mujer con su familia salió al paso de la comitiva, y de inmediato los escoltas se desplazaron rápido. Ella, sin titubeos de ningún tipo, le  señaló a Fidel que llevaba tiempo sin recibir un centavo y vivía de la ayuda de los familiares. El Comandante le preguntó si había hablado el asunto con los dirigentes de la presa. De inmediato declaró que sí. Entonces, enmudecí, ¡Nada sabía al respecto!”.

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FIDEL EN EL ESCAMBRAY (VI): ARTE DESDE Y PARA EL PUEBLO

Por Luis Machado Ordetx

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Fidel, detrás, un espectador histórico de La Vitrina, puesta pública durante una histórica visita al poblado ganadero de La Yaya, en las cercanías de Mataguá. (Foto Archivo de Vanguardia).

El arribo sorpresivo de un huésped nocturno demarcó una impronta estética, de acentuación particular. Ahora su propósito directo no eran las escuelas, los pueblos en construcción o los cambios en el rostro agropecuario del lomerío villareño. No obstante, todo asumía un vínculo determinado por las apreciaciones y tópicos de una dramaturgia incomparable para la época.

 

Allí los resortes de lo público y lo privado se rompieron. Las reiteradas estancias se prolongaron durante horas de valoración y debates. También de diálogos entusiastas y de compromisos intelectuales que llevó a los artistas a despojarse de la telaraña capitalina. Fue el torrente a la definitiva radicación en un territorio agreste, casi inexplorado apenas hacía un tiempo.

Constituyeron tres momentos determinantes, y no más. Todos convergieron en la trascendencia de un fenómeno de ruptura y continuidad del fundamento del espacio escénico, nutrido de tensiones económico-sociales particulares. Era la esencia de un muestrario teatral surgido con investigaciones propias de “cuanto ser viviente se moviera por las lomas”, como en cierta ocasión afirmó Sergio Corrieri, el baluarte de aquel equipo creativo.

Fidel, hombre de extrema sensibilidad, estaba nuevamente en las montañas. De cierta manera se veía atraído por el goce espiritual, y del diagnóstico de particularidades, de acentos reiterados y hasta antagónicos, de una realidad que se reconstruye desde el punto de vista artístico. Los baluartes descansaban en los repertorios temáticos. Todos, en principio, fueron estructurados por el Grupo Teatro Escambray, cuando a finales de 1968 desplegó rumbos itinerantes antes de asentarse de manera concluyente en La Macagua, punto geográfico de una mirada renovadora.

Con la casa a cuestas                  

Las visitas del Comandante en Jefe impregnaron perspectivas y compromisos con la hechura de un teatro con y desde el pueblo, el protagonista de aquellos sucesos históricos de la serranía. También dieron arraigo al colectivo. El actor y dramaturgo Sergio González González, incorporado a ese equipo de trabajo a partir de los meses iniciales de 1970, dejó una sucinta relatoría.

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FIDEL EN EL ESCAMBRAY (V): DE CAMPESINOS Y COOPERATIVAS

Por Luis Machado Ordetx
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El Comandante en Jefe durante recorridos por diferentes regiones hizo precisiones a los proyectos agropecuarios para consolidar el empuje económico del país. (Foto: Archivo de Bohemia, 1966).

“¡A Fidel no se le escapa una!”, dijo Benito Villa González, caficultor que conoce a la perfección las entrañas secretas del lomerío villaclareño. Durante siete ocasiones diferentes tuvo la posibilidad de escuchar en escenarios privados y públicos los criterios que el Comandante en Jefe expuso sobre el desarrollo agropecuario del país. Muchas de esos instantes permanecen prendidas en los recuerdos de un campesino de pico fino en contar historias.

El sábado 17 y el domingo 18 de mayo de 1986 el cosechero de Aguas Clara acudió en calidad de delegado al Segundo Encuentro Nacional de Cooperativas Agropecuarias. Antes, también figuró en la nómina de la primera de las reuniones. Sin embargo, ahora desconocía que el dirigente cubano participaría en una de las sesiones plenarias. De antemano solicitó intervenir. Viene aquí su preocupación. A cualquier le ocurre: “¡Ahora Fidel aquí!”, alguien le espetó, y dijo en soliloquio: “puedo meter la pata, o ponerme nervioso, y hasta cometer una barbaridad. Bueno, no será la única ocasión que eso suceda”, confesó.

—¿Qué hizo usted?, pregunté a Villa González, ahora con 85 años y usufructuario de la finca Estelí, perteneciente a la Cooperativa de Créditos y Servicios (CCS) Roberto Fleites, en la Sabana de Santa Clara .

— ¡Hombre, pues hablar y responder con la sinceridad y la humildad que me caracteriza! Comencé a ejemplificar con mi Cooperativa de Producción Agropecuaria (CPA) la 17 de mayo, alejada a 6 kilómetros, loma arriba, en Jibacoa . Precisé aspectos de las producciones de café, frutales y ganadería. También de cómo arreglábamos entre todos los caminos y de las viviendas en construcción con esfuerzo colectivo. Todos deseábamos la estabilidad de la fuerza de trabajo campesina. Puntualicé cómo allí vivíamos en familia, en cordialidad. Hasta comenté de la vinculación al área, con siete fincas que garantizaban el “altoconsumo” y entregaban acopios de viandas, granos y hortalizas al comedor.

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Benito Villa González, con 85 años, rememora fragmentos de encuentro histórico con Fidel. (Foto: Luis Machado Ordetx).

“Entonces Fidel dijo: ¡No, no Benito, es autoconsumo! Ojalá tuviéramos autoconsumo para no pasar necesidades de alimentos. Aquello me dio tremendo encogimiento. Quería meterme en un vara en tierra y que nadie me viera, pero proseguí adelante con el relato, y el bochorno momentáneo se desapareció. Imagínese usted que solo pude llegar hasta el sexto grado en la escuela, y todos los conocimientos que tengo son prácticos, de campos. Claro, eso no lo dije allí. Después las preguntas del Jefe de la Revolución vinieron una detrás de la otra, y siempre afirmando con la cabeza, o hacía un gesto y se dirigía al plenario para dejar una valoración del tema”.

—¿Qué indagaba?

—De todo. La cooperativa nuestra se creó en 1978. Nosotros desde hacía más de 40 años residíamos allá cuando nuestro padre decidió abandonar la zona del Saúco, cerca de la Loma Sombrero, para arrendar una finca al latifundista de apellido Berenguer. Luego me quedé en el lugar y formé una familia, siempre en labores agropecuarias y de cultivo de cafetales.

“Al principio la organización campesina, con pocos miembros, solo obtenía 30 quintales por caballería, precisé a Fidel. Ahora, a pesar de los estragos del ciclón Kate, de noviembre de 1985, le dije, logramos 77, un buen rendimiento, y no pararemos hasta los 100, indiqué. ¿Cómo lo obtuvieron?, preguntó el Comandante en Jefe. Le expuse con trabajo y normas técnicas, y sistemática regulación de sombra, poda y limpia, así como fertilización y riego de herbicidas para contrarrestar las plagas y enfermedades. ¿Qué área tienen?, me interrogó. Enseguida le dije: solo 7,25 caballerías de café, y la mitad en plena producción con unas 30 000 plantas de promedio. Señaló que debíamos crecer más, y entonces recalqué que había ganadería vacuna en explotación, así como frutales y viandas. Declaró que nada impedía crecer en población y sellaje de los campos. Las preguntas de Fidel siempre tenían una relación, y todas las respondía.

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FIDEL EN EL ESCAMBRAY (IV): CRITERIOS DE UNA MUJER

Por Luis Machado Ordetx

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Dora Gutiérrez Bacás, residente en Manicaragua, rebusca en su memoria y vuelve al pasado de un asentamiento poblacional con historias. (Foto: Luis Machado Ordetx).

En el valle que se extiende cuesta abajo en la loma de La Yaya, “Fidel mostró la genialidad de constructor y declaró que el sitio era envidiable” para los proyectos sociales y productivos del país. Ahora el dirigente cubano estaba en las estribaciones que sirven de antesala al Escambray, una geografía solitaria en la parte central de Cuba.

Su propósito: palpar las fuerzas renovadoras del entorno geográfico. Antes llegó a similares parajes en San Andrés de Caiguanabo, en Pinar del Río , y a los futuros pueblos ganaderos de La Habana y de territorios orientales. Ese fue su habitual estilo de trabajo: recorrer y conocer los lugares más insólitos y dialogar con sus habitantes anónimos.

En Manicaragua Dora Gutiérrez Bacás lo afirmó cuando la abordé como testigo de aquellos acontecimientos. Dio riendas sueltas a los recuerdos del surgimiento y desarrollo histórico de una comunidad dedicada a la explotación de vaquerías con equipos modernos para ordeños mecánicos. Nada tenía precedentes para el territorio villareño.

Razones tiene en el pronunciamiento. Casi vio nacer un asentamiento poblacional, y condujo las riendas de los estudios socio-económicos que impulsaron y velaron por el bienestar colectivo y la producción agropecuaria de un lugar que antes fue inhóspito, y ahora adicionaba desvelos económicos.

Desde marzo de 1971, por orientaciones del Comandante en Jefe, se organizó el Grupo de Desarrollo de Comunidades para asentamientos poblacionales, en fase de construcción o de unificación, surgidos con el triunfo de la Revolución. La mujer a quien presento formó parte indispensable de ese equipo.

Un censo de entonces determinó que existían 397 comunidades campesinas -bateyes azucareros o en proceso de integración y construcción-, y de inmediato Gutiérrez Bacás cursó una escuela en predios habaneros y se especializó en misiones sociales, administrativas y político-ideológicas con aquellos campesinos que vendrían a residir a La Yaya, enclave inicial en la base genética de La Vitrina, en Mataguá.

—¿Cómo entendían ustedes la comunidad?, indago. Ella, ahora con 78 años, echa una sonrisa tierna y rememora los tiempos en los cuales laboró en Jibacoa  y Alamar, en La Habana, y dirigió similar proceso en 23 asentamientos poblacionales de la serranía villareña.

—Es un fenómeno difícil de explicar. Hoy no es así por determinadas decisiones. La comunidad era una unidad político-administrativa de gobierno local y desapareció un tiempo después de la elección de los delegados de circunscripciones. Creo que una actividad no interfería con la otra. Era el criterio de Fidel. Había una distinción en los territorios, en la modernización de la agricultura, o en optimizar los recursos del suelo, y educar en tecnologías y comportamiento social. Todo tributaba a alcanzar eficiencia en la gestión productiva de los ganaderos.

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