La discusión fue muy fuerte. Mi amigo afirmaba que lo mío había sido pura fortuna, que los servicios médicoscubanos son muy malos y que solo funcionaba el “amiguismo”, o el soborno dicho en claras palabras. Yo defendía el hecho que a mí, en general, muy a menudo me han atendido bien, lo que no deja de ser “botones de muestra” pero no pueden deberse solo a casualidades.
Pienso que organizar y desarrollar unas prestaciones masivas de salud y de excelencia, costeadas por la sociedad, donde el paciente solo pague, en la atención primaria, fármacos subsidiados por el Estado, es muy trabajoso. Por otra parte la salida de millares de médicos, enfermeros y técnicos hacia misiones en el exterior nos hace prescindir de muchos buenos profesionales, calificados, serios, responsables. Además el bloqueo de los EEUU que dura más de cincuenta años y las dificultades económicas por las que transita el país dificulta en grado sumo la adquisición de todos los recursos necesarios para una buena labor.
En la salud pública cubana –“como en botica”- hay de todo: buenos, regulares y malos trabajadores. Entonces la ardua tarea de los dirigentes administrativos del sector, con el apoyo de los partidistas y sindicalistas, es lograr la disciplina, la calidad en el servicio.
El ejemplo que me servía de base a la discusión fue el siguiente: A las 6:00 de la mañana del pasado viernes 16 de diciembre, me levanté como de costumbre a buscar por Internet, en los medios nacionales, buenas informaciones para poner en Bohemia digital. Noté dificultades motoras en las piernas y en cuanto me senté ante el teclado de la computadora también manifiesta lentitud en las manos. No obstante hice el trabajo y en vez de continuar la segunda parte de la exploración, esta vez para saber de los ataques desde los medios extranjeros, opté por tirarme en la cama a ver si aquello pasaba.
Transcurridos 20 o 30 minutos de nuevo me puse en pie para contarle al hijo mayor –que salía ya hacia su trabajo- un simpático sueño. Al final del cuento no tuve otro remedio que confesarle –a pesar de saber lo que eso acarreaba- que me costaba trabajo caminar y articular palabras.
Lo demás fue muy rápido, en el Policlínico 19 de abril me atendió por Urgencias, el doctor Humberto Cabrera quién me hizo un examen exhaustivo, profundo, para de inmediato llevarme a la Sala de observación y ponerme en manos del doctor Iván Rigal, quien tras escuchar los argumentos de su colega, me suministró dos medicamentos en pastillas y me puso a reposar durante una hora.
Al cabo de ese tiempo, me ordenó un electrocardiograma, de nuevo midió la presión arterial (por tercera ocasión) y repitió los interrogatorios sobre el estado en que me sentía así como pruebas de fuerza, reacción y equilibrio. Como permanecían
-aunque aliviados- los síntomas, decidieron ambos remitirme al hospital Manuel Fajardo para realizarme una Tomografía axial computarizada (TAC) y desechar la existencia de primeras manifestaciones de una metástasis craneal a partir de la neoplasia de próstata que padezco hace siete años.
Y allí me dirigí, acompañado por los dos hijos varones, mientras la hembra iba al Oncológico (Instituto Nacional de Oncología y Radiobiología) a consultar con el doctor Antonio Bouzó quién me atiende desde enero de 2004.
En el Fajardo me atendieron de forma exquisita el doctor Aladro y un técnico cuyo nombre no fijé. Me realizaron el TAC, que -¿por fortuna?- no precisó alteraciones cráneo-encefálicas. De ahí, con el diagnóstico del examen fuimos a ver al doctor Bouzó que me atendió, en horario de descanso, en compañía del jefe del departamento de Urología, el doctor Jorge González.
En definitiva el diagnóstico, coincidió en las tres instancias médicas: fue un breve, ligero y transitorio accidente cerebro vascular, causado por una subida de la presión arterial. El tratamiento recomendado: descanso y la observación de ese indicador primario, durante una semana, para después llegar a un plan contra la hipertensión, impuesto por un clínico.
Y aquí viene lo… ¿simpático? El lunes 19 fui a mi consultorio del médico de la familia a medirme la presión arterial y estaba cerrado, no había nadie, ni un letrero de alerta o algo… Pero me dirigí a otro cercano y allí me atendió la doctora Yailén Ruiz, que veía los pacientes de ambos consultorios a pesar de una fuerte crisis de sacrolumbagia y la ausencia de la enfermera por problemas familiares.
Entonces, decida usted ¿la calidad de los servicios médicos en Cuba son de pura suerte o por buen trabajo?
Trabajo recomendado:
Corazón, del periodista José Alejandro Rodríguez, periódico Juventud Rebelde