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José Martí y los estudiantes de Medicina de 1871

21 Nov
José Martí

José Martí

Por Pedro Hernández Soto

En 1972 amanecieron pegadas, en las iglesias y otros importantes edificios de Madrid, copias impresas de una página titulada El 27 de noviembre de 1871, reveladoras del crimen cometido un año antes en La Habana, Cuba. El documento era de la autoría de José Martí  pero lo firmaban Fermín Valdés Domínguez  y Pedro de la Torre y Núñez.

En España, en las iglesias de la capital y las ciudades donde estudiaban los sobrevivientes del amañado juicio del 27 de noviembre de 1871, se efectuaron misas en memoria de los ocho alumnos fusilados. El triste suceso se conmemoró con un emotivo acto en la casa madrileña donde residía el cubano Carlos Sauvalle Blain, amigo de Martí.

Las palabras de homenaje fueron dadas por el propio Martí, aún convaleciente de una intervención quirúrgica para superar traumatismos ocasionadas por los grilletes carcelarios. De esta intervención afirmó su entrañable compañero Fermín Valdés Domínguez, testigo presencial, lo siguiente: “… habló, y fue su oración —patriótica y enérgica— tan hermosa y arrebatadora, que en aquella sala no había corazón que no se agitara de pena, ni ojos que no lloraran, ni labios que no se abrieran nerviosos para aclamarlo”.

Martí en su quehacer patriótico y literario apreció aquellas muertes, no como inmolaciones innecesarias sino como un germen inquebrantable de decisión libertaria contra el yugo español. Reafirma su reflexión cuando diez años más tarde, el 26 de noviembre de 1891, en el Liceo Cubano de Tampa, pronuncia su discurso Los Pinos Nuevos, del cual extraemos los siguientes párrafos:

“Todo convida esta noche al silencio respetuoso más que a las palabras: las tumbas tienen por lenguaje las flores de resurrección que nacen sobre las sepulturas; ni lágrimas pasajeras ni himnos de oficio son tributo propio a los que con la luz de su muerte señalaron a la piedad humana soñolienta el imperio de la abominación y la codicia.

“No siento hoy como ayer romper coléricas al pie de esta tribuna, coléricas y dolorosas, las olas de la mar que trae de nuestra tierra la agonía y la ira, ni es llanto lo que oigo, ni manos suplicantes las que veo, ni cabezas caídas las que escuchan,—¡sino cabezas altas! Y afuera de esas puertas repletas, viene la ola de un pueblo que marcha. ¡Así el sol, después de la sombra de la noche, levanta por el horizonte puro su copa de oro!

“Otros lamenten la muerte necesaria, yo creo en ella como la almohada, y la levadura, y el triunfo de la vida

“…la muerte da jefes, la muerte da lecciones y ejemplos, la muerte nos lleva el dedo por sobre el libro de la vida: ¡así, de esos enlaces continuos invisibles, se va tejiendo el alma de la patria!

“Cantemos hoy, ante la tumba inolvidable, el himno de la vida.

“Era el paisaje húmedo y negruzco: corría turbulento el arroyo cenagoso; las cañas, pocas y mustias, no mecían su verdor quejosamente, como aquellas queridas por donde piden redención los que las fecundaron con su muerte, sino se entraban, ásperas e hirsutas, como puñales extranjeros, por el corazón: y en lo alto de las nubes desgarradas, un pino, desafiando la tempestad, erguía entero, su copa rompió de pronto el sol sobre un claro del bosque, y allí, al centelleo de la luz súbita, vi por sobre la yerba amarillenta erguirse, en torno al tronco negro de los pinos caídos, los racimos gozosos de los pinos nuevos: ¡Eso somos nosotros: pinos nuevos!”

Ya lo había afirmado en su vehemente poema A mis hermanos muertos el 27 de noviembre, que firmó con sus iníciales y apareció en las páginas finales del libro en que Valdés Domínguez denuncia el crimen cometido por los Voluntarios en La Habana.
En 1893, publicó en Patria http://www.ecured.cu/index.php/Periódico_Patri a, Nueva York, el artículo El 27 de noviembre, con un profundo análisis de los sucesos de aquel fatídico día, y destacó el paradigma de los jóvenes patriotas inmolados:

“Del crimen ¡ojalá que no hubiera que hablar! Háblese siempre (…) del oro rebelde que en el pecho cubano solo espera la hora de la necesidad para brillar y guiar, como una llama. ¡Así, luces serenas, son en la inmensidad del recuerdo aquellas ocho almas!”

A MIS HERMANOS MUERTOS
Escrito en el primer aniversario de la muerte por fusilamiento de ocho estudiantes cubanos en La Habana, ocurrida el 27 de noviembre de 1871

¡Cadáveres amados los que un día
Ensueños fuisteis de la patria mía,
Arrojad, arrojad sobre mi frente
Polvo de vuestros huesos carcomidos!
¡Tocad mi corazón con vuestras manos!
¡Gemid a mis oídos!
¡Cada uno ha de ser de mis gemidos
Lágrimas de uno más de los tiranos!
¡Andad a mi redor; vagad en tanto
Que mi ser vuestro espíritu recibe,
Y dadme de las tumbas el espanto,
Que es poco ya para llorar el llanto
Cuando en infame esclavitud se vive!

Y tú, Muerte, hermana del martirio,
Amada misteriosa
Del genio y del delirio,
Mi mano estrecha, y siéntate a mi lado;
¡Os amaba viviendo, mas sin ella
No os hubiera tal vez idolatrado!

En lecho ajeno y en extraña tierra
La fiebre y el delirio devoraban
Mi cuerpo, si vencido, no cansado,
Y de la patria gloria enamorado.
¡El brazo de un hermano recibía
Mi férvida cabeza,
Y era un eterno, inacabable día,
De sombras y letargos y tristeza!

De pronto vino, pálido el semblante,
Con la tremenda palidez sombría
Del que ha aprendido a odiar en un instante,
Un amigo leal, antes partido
A buscar nuevas vuestras decidido.
La expresión de la faz callada y dura,
Los negros ojos al mirar inciertos,
Algo como de horror y de pavura,
La boca contraída de amargura,
Los surcos de dolor recién abiertos,
Mi afán y mi ansiedad precipitaron.
—¿Y ellos? ¿Y ellos? mis labios preguntaron;
— ¡Muertos! me dijo: ¡muertos!
Y en llanto amargo prorrumpió mi hermano,
Y se abrazó llorando con mi amigo,
Y yo mi cuerpo alcé sobre una mano,
Viví en infierno bárbaro un instante,
Y amé, y enloquecí, y os vi, y deshecho
En iras y en dolor, odié al tirano,
Y sentí tal poder y fuerza tanta,
Que el corazón se me salió del pecho,
¡Y lo exhalé en un ¡ay! por la garganta!

Y vime luego en el ajeno lecho,
Y en la prestada casa, y en sombría
Tarde que no es la tarde que yo amaba.
¡Y quise respirar, y parecía
Que un aire ensangrentado respiraba!
Vertiendo sin consuelo
Ese llanto que llora al patrio suelo,
Lágrimas que después de ser lloradas
Nos dejan en el rostro señaladas
Las huellas de una edad de sombra y duelo,—
Mi hermano, cuidadoso,
Vino a darme la calma, generoso.
Una lágrima suya,
Gruesa, pesada, ardiente,
Cayó en mi faz; y así, cual si cayera
Sangre de vuestros cuerpos mutilados
Sobre mi herido pecho, y de repente
En sangre mi razón se oscureciera,
Odié, rugí, luché; de vuestras vidas
Rescate halló mi indómita fiereza…
¡Y entonces recordé que era impotente!
¡Cruzó la tempestad por mi cabeza
Y hundí en mis manos mi cobarde frente!

Y luché con mis lágrimas, que hervían
En mi pecho agitado, y batallaban
Con estrépito fiero,
Pugnando todas por salir primero;
Y así como la tierra estremecida
Se siente en sus entrañas removida,
Y revienta la cumbre calcinada
Del volcán a la horrenda sacudida,
Así el volcán de mi dolor, rugiendo,
Se abrió a la par en abrasados ríos.
Que en rápido correr se abalanzaron
Y que las iras de los ojos míos
Por mis mejillas pálidas y secas
En tumulto y tropel precipitaron.

Lloré, lloré de espanto y amargura:
Cuando el amor o el entusiasmo llora,
Se siente a Dios, y se idolatra, y se ora.
¡Cuando se llora como yo, se jura!

¡Y yo juré! ¡Fue tal mi juramento,
Que si el fervor patriótico muriera,
Si Dios puede morir, nuevo surgiera
Al soplo arrebatado de su aliento!
¡Tal fue, que si el honor y la venganza
Y la indomable furia
Perdieran su poder y su pujanza;
Y el odio se extinguiese, y de la injuria
Los recuerdos ardientes se extraviaran,
De mi fiera promesa surgirían,
Y con nuevo poder se levantaran,
E indómita pujanza cobrarían!

Sobre un montón de cuerpos desgarrados
Una legión de hienas desatada,
Y rápida y hambrienta,
Y de seres humanos avarienta,
La sangre bebe y a los muertos mata.
Hundiendo en el cadáver
Sus garras cortadoras,
Sepulta en las entrañas destrozadas
La asquerosa cabeza; dentro del pecho
Los dientes hinca agudos. y con ciego
Horrible movimiento se menea
Y despidiendo de los ojos fuego,
Radiante de pavor, levanta luego
La cabeza y el cuello en sangre tintos:
Al uno y otro lado,
Sus miradas estúpidas pasea,
Y de placer se encorva, y ruge, y salta,
Y respirando el aire ensangrentado,
Con bárbara delicia se recrea.
¡Así sobre vosotros
—Cadáveres vivientes,
Esclavos tristes de malvadas gentes—.
Las hienas en legión se desataron,
Y en respirar la sangre enrojecida
Con bárbara fruición se recrearon!

Y así como la hiena desaparece
Entre el montón de muertos,
Y al cabo de un instante reaparece
Ebria de gozo, en sangre reteñida,
Y semeja que crece,
Y muerde, y ruge, y rápida desgarra,
Y salta, y hunde la profunda garra
En un cráneo saliente,
Y, al fin, allí se para triunfadora,
Rey del infierno en solio omnipotente,
Así sobre tus restos mutilados,
Así sobre los cráneos de tus hijos,
¡Hecatombe inmortal, puso sedienta,
Despiadada legión garra sangrienta!
¡Así con contemplarte se recrea!
¡Así a la patria gloria te arrebata!
¡Así ruge, así goza, así te mata!
¡Así se ceba en ti! ¡Maldita sea!

Pero, ¿cómo mi espíritu exaltado,
Y del horror en alas levantado,
Súbito siente bienhechor consuelo?
¿Por qué espléndida luz se ha disipado
La sombra infausta de tan negro duelo?
Ni ¿qué divina mano me contiene,
Y sobre la cabeza del infame
Mi vengadora cólera detiene?.
..
¡Campa! ¡Bermúdez! ¡Alvarez! Son ellos,
Pálido el rostro, plácido el semblante;
¡Horadadas las mismas vestiduras
Por los feroces dientes de la hiena!
Ellos los que detienen mi justicia!
¡Ellos los que perdonan a la fiera!
¡Dejadme ¡oh gloria! que a mi vida arranque
Cuanto del mundo mísero recibe!
¡Dejad que vaya al mundo generoso,
Donde la vida del perdón se vive!

¡Ellos son! ¡Ellos son! Ellos me dicen
Que mi furor colérico suspenda,
Y me enseñan sus pechos traspasados,
Y sus heridas con amor bendicen,
Y sus cuerpos estrechan abrazados,
¡ Y favor por los déspotas imploran!
¡Y siento ya sus besos en mi frente,
Y en mi rostro las lágrimas que lloran!

¡Aquí están, aquí están! En torno mío
se mueven y se agitan…
—¡Perdón!
—¡Perdón!
—¿Perdón para el impío?
—¡Perdón! ¡Perdón! — me gritan,
¡Y en un mundo de ser se precipitan!

¡Oh gloria, infausta suerte,
Si eso inmenso es morir, dadme la muerte!
—¡Perdón! — ¡Así dijeron
Para los que en la tierra abandonada
Sus restos esparcieron!
¡Llanto para vosotros los de Iberia,
Hijos en la opresión y la venganza!
¡Perdón! ¡Perdón! ¡esclavos de miseria!
¡Mártires que murieron, bienandanza!
La virgen sin honor del Occidente,
El removido suelo que os encubre
Golpea desolada con la frente,
Y al no hallar vuestros nombres en la tierra
Que más honor y más mancilla encierra,
Del vértigo fatal de la locura
Horrible presa ya, su vestidura
Rasga, y emprende la veloz carrera,
Y, mesando su ruda cabellera,
—¡Oh— clama — pavorosa sombra oscura!
¡Un mármol les negué que los cubriera,
Y un mundo tienen ya por sepultura!
Y más que un mundo, más! Cuando se muere
En brazos de la patria agradecida,
La muerte acaba, la prisión se rompe;
¡Empieza, al fin, con el morir, la vida!

¡Oh, más que un mundo, más! Cuando la gloria
A esta estrecha mansión nos arrebata,
El espíritu crece,
El cielo se abre, el mundo se dilata
Y en medio de los mundos se amanece.

¡Déspota, mira aquí cómo tu ciego
Anhelo ansioso contra ti conspira:
Mira tu afán y tu impotencia, y luego
Ese cadáver que venciste mira,
Que murió con un himno en la garganta,
Que entre tus brazos mutilado expira
Y en brazos de la gloria se levanta!
No vacile tu mano vengadora;
No te pare el que gime ni el que llora:
¡Mata, déspota, mata!
¡Para el que muere a tu furor impío,
El cielo se abre, el mundo se dilata!

Madrid, 1872

 

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